Ayer noche, tirado en el sofá del salón y con las ventanas abiertas por eso del calor del viento Sur, me sobresaltó el vuelo de un bicho tan grande que creí que era un murciélago, pero me sorprendió el ruido del aleteo. Después de varios minutos de vuelo loco por la habitación, por fin se posó a tiro de cámara y pude hacerle alguna foto.
Hasta que no la vi en la pantalla de la cámara no conseguí saber que era una esfinge. Pues sí, Acherontia atropos, que así se conoce científicamente la esfinge de la calavera. Es una polilla de origen afrotropical que por su carácter de gran migrador aparece por aquí normalmente a mediados y finales de verano.
La conocía vagamente de libros y fotos, pero, la verdad, nunca había caído en el enoooorme tamaño que tiene. Para que os hagáis una idea, la anchura del pasamanos de la foto anterior es de 12,5 cm. Calculo que este ejemplar medía entre 9 y 10 cm de longitud.
Impresiona el tamaño y su vuelo potente y si se aprecia bien el dibujo del dorso del tórax (es difícil no ver una calavera), como que entiendes perfectamente las leyendas populares – todas con importante dosis de terror- de las que es protagonista. Además, cuando es molestada, esta especie emite un “chillido-zumbido” que para nada te esperas, lo que aumenta su carácter “temible”. En la web me entero de que, para ahondar en la mala fama del pobre e indefenso bicho, salió en El silencio de los corderos: de los cadáveres extraían pupas de es esta especie.
Pude ponerle encima un recipiente de cristal para hacerle alguna foto más (no muy buenas, a través del cristal), en la que se aprecia el bonito diseño del cuerpo: amarillo con bandas negras transversales y una banda longitudinal azulada.